Silencio que canta a gritos
“Tu tienes demasiadas cosas en la cabeza Memo. La vida se pasa así”
-Tío de Memo en Nadie sabe que estoy aquí (2019)
¿Por cuánto tiempo se puede callar un pensamiento, un dolor, un recuerdo…? ¿Por cuánto es permitido engañar al cuerpo y suspenderlo en el pasado? ¿cuánto resiste un individuo que se ahoga en la autocompasión?
Vemos a Memo y lo que vemos es las cenizas de un hombre, lo que queda cuando la resignación reemplaza a la ilusión, y esta salió por la ventana para nunca más volver. Él, en silencio y viviendo como un ermitaño, decidió enclaustrarse en sí mismo y negarse a ser parte de la sociedad. Quedó detenido en el tiempo, en lo que pudo haber sido y no fue. Memo sigue siendo un niño por dentro, desde su mirada, desde su actitud, es un “niño adulto” que no quiso crecer, que no quiso hablar lo que le disgustaba, ¡que no tuvo quien quisiera escucharlo!
Memo en Nadie sabe que estoy aquí (2020) ahora vive en el sur de Chile, en una finca alejada de cualquier contacto social, sin internet, sin redes sociales y solamente acompañado por su tío (Luis Gnecco), ha desperdiciado los mejores años de su vida rumiando una pena y pagando con sus ilusiones una condena que parece ser a cadena perpetua.
A Memo desde niño le “robaron” su voz, para colocarla en un cuerpo “más bello” y que así pudiera ser más atractivo para una sociedad que está completamente vampirizada por las imágenes, pero imágenes que exigen ser perfectas para poder ser aprobadas -y en este caso, Memo no cumplía con este requisito-. Esta película es el fiel reflejo de nuestra sociedad actual, solo que, simplemente, se puso un personaje como ejemplo.
Memo vive con miedo, Memo siente que en el bosque está protegido de esos “otros” que le negaron ser una estrella con un talento innato desde pequeño; él no tiene la culpa, era solo un niño cuando todo pasó, lastimosamente fue una víctima -porque a una corta edad solo crees en lo que los “grandes” puedan decir u “ordenar”-, en realidad, él fue solo un peón en un ambicioso juego de ajedrez que otros jugaron en su nombre.
Y Memo por eso mismo se quiso alejar, la situación que sufre parece prácticamente imposible de resolver porque implica años de auto flagelación mental, lástima de sí mismo y el convencimiento de que no merece nada distinto a lo que ya vive. Una realidad común, ¿no?
Esta película le da la oportunidad al actor Jorge García de ser por primera vez protagonista, en el país de origen de su padre, pero en el que nunca vivió; además, podría compararse la personificación de Memo con el que tenía en la serie Lost, existen patrones similares en ambos. El ensimismamiento, el silencio, la rabia interna; todas las sensaciones de encierro posible fueron hermosamente combinadas con una estética de juegos de contraluces y claroscuros que rodean el ambiente del personaje constantemente, añadiendo la composición musical, que parecía ser parte de los sonidos naturales del viento haciendo mover los árboles, de sonidos de pájaros transformados en campanas, de sonidos naturales de rayos mezclados con el sonido del motor de una lancha partiendo el agua. El universo narrativo y técnico de Nadie sabe que estoy aquí fue un gran logro, una gran pieza armónica desde cualquier punto de vista.
Esta película no trata solo sobre la reconciliación personal, o sobre la liberación de un hombre tímido que cuando canta se transforma y que es como si se liberara, como si hiciera un viaje alucinógeno. Es una crítica a los seres humanos que convertimos nuestra “vida privada” en nuestra “vida pública”. Destruimos completamente cualquier espacio íntimo, para colocar como prioridad la cantidad de “likes” o la cantidad de “reproducciones” que una publicación pueda tener, y entre más mejor. Es una vida que pareciera dejar de ser tangible, es la reducción del ser a una conducta virtual y viral, es un virus que suprime el tacto para potenciar la visión ciega de una realidad falsa.
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©Ingrid Úsuga
Crítica de cine y nadadora artística profesional
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