El ángel que quería vivir
"Cuando era niño, no sabía que era niño.
Todo parecía lleno de vida, y todas las almas, una sola.”
-Peter Handke, La canción de la infancia
Hay quienes se condenan sin saberlo, a vivir una vida triste, quejumbrosa, desolada, sin fe, sin amor. Hay quienes están condenados a anhelar sentir lo que otros sienten. Así sucedía en El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin, 1987) en el que unos ángeles sobrevuelan y observan a una Berlín que aún está dividida por el muro. Damiel, uno de ellos, deseaba poder llegar a casa luego de un agotador día de trabajo, quería sentir lo que era “quitarse los zapatos debajo de la mesa”. Estaba cansado de su inmortalidad, tanto, que sentía la dualidad de intercambiar su vida eterna por una más pura, sentible y hasta nostálgica.
“La idea surgió estrictamente de vagar por Berlín y sentirse inspirado para hacer una película que contara la historia de una ciudad que había visto el infierno y que ahora era un lugar único en la Tierra, una ciudad insular dividida por un muro. Una película que mostraría tantos aspectos de esta ciudad como fuera posible, y que también recorriera en diagonal su historia. Buscaba personajes a través de los cuales pudiera contar la ciudad, porque no quería hacer un documental. La ficción es la mejor manera de preservar lugares, creo”, afirmaba su director, Wim Wenders, en una entrevista realizada por Jim Hemphill para Filmmaker Magazine. Así, que los personajes perfectos para contar la historia de una ciudad devastada, eran, efectivamente, ángeles, esos que tienen una mirada un poco ajena, que observa desde afuera los sentimientos y experiencias de las personas. A los ciudadanos, pareciese como si su vida espiritual se la hubiese llevado la desolación de la postguerra, junto con su esperanza y su fe. “La idea del ángel fue realmente sugerida por la ciudad misma, por así decirlo, ya que tiene esas figuras de ángeles en todas partes, y por mi lectura nocturna de los poemas de Rilke. Mientras intentaba recuperar mi idioma alemán, Rilke parecía el mejor profesor. Y su poesía está habitada por muchos ángeles”, expresaba Wenders en la misma entrevista.
La película establece un paralelo entre los habitantes jóvenes de Berlín Este –en ese momento bajo gobierno comunista- y Damiel el ángel encapsulado en su inmortalidad. Esas personas que sienten que están en un mundo del que quiere salir a toda costa, y hay un “algo” más allá que no saben qué es, pero que los motiva a atravesar el muro, porque al otro lado habrá color, amor, habrá sentir, habrá pasión, sabor, alegría. Habrá vida. Este lado de la ciudad no quiere más la insensibilidad, quiere abrirse paso a una nueva realidad soñada. Ambos lados de la ciudad comparten un mismo cielo y eso nadie puede quitárselos.
Damiel (Bruno Ganz), parece un poco apurado por palpar la realidad; está seducido tierna, amorosa y carnalmente por una trapecista, Marion (Solveig Dommartin), que le despierta la pasión de vivir. Intenta tocarle el hombro cuando se desnuda en su habitación, pero no puede y ella tampoco lo siente. Su voluntad por estar cerca a ella cada vez se va haciendo más grande, es una atracción que no es capaz de contener y por ello, va a romper cualquier límite que lo detenga para hacer parte de la humanidad.
“Cuando era niño, no sabía que era niño. No tenía opiniones sobre nada, no tenía costumbres. Se sentaba en el suelo con las piernas cruzadas, echaba a correr, tenía un remolino en el pelo, y no quedaba mal en las fotos”, escribe el poeta Peter Handke el coguionista del filme. Es curioso cómo solo los niños podían ver a los ángeles, es como si la esperanza y la ingenuidad fueran las únicas capaces de crear vínculos naturales humano-ángel. La vinculación de Hanke fue fundamental para el filme: “Viajé hasta donde Peter, que vivía en Salzburgo en ese momento, para pedirle ayuda. Escuchó mi historia, por pequeña que fuera, de ángeles de la guarda, de una trapecista en un circo, de esos ángeles mirándonos a las personas sin poder interferir, escuchando nuestros pensamientos. Al final, Peter negó con la cabeza. "No puedo ayudarte con esto. Tienes que enfrentarte a esa música tú mismo. Y, además, estoy metido en esta novela y no quiero interrumpirla" –decía Wenders en la misma entrevista ya mencionada. “Así que viajé a casa. Intenté escribir durante un tiempo, pero me di cuenta de que me llevaría una eternidad” (...). Entonces comencé de un día para otro. Todo lo que tenía era una pared llena de imágenes de todos los lugares en los que sabía que iba a filmar y otra pared con ideas para escenas. Ideas sin fin. Estos ángeles realmente fueron una fuente abundante de escenas que podrías imaginar. Realmente filmamos día a día. Entonces ocurrió un pequeño milagro. Recibí un gran sobre por correo con unas 20 páginas. Peter se había sentido mal por haberme despedido sin nada, y había escrito una docena de diálogos —bueno, algunos de ellos eran monólogos— sobre escenas que recordaba que le había contado. La primera vez que los dos ángeles hablarían sobre el trabajo de su día y compararían notas, la primera vez que la mujer y el hombre / ex ángel recién nacido se encontraría, otro largo diálogo de los ángeles caminando por la ciudad, y un puñado de interiores. Monólogos para el personaje que más le había gustado a Peter, una especie de arcángel narrador a quien había llamado «Homero»”, relataba Wenders. El tono poético del filme, ese lirismo tan conmovedor es la marca de Peter Handke, que en 2019 recibió el premio Nobel de Literatura.
La película está contada desde dos perspectivas diferenciadas por el color de la imagen: cuando vemos el blanco y negro, es porque estamos en el plano inmaterial, en la perspectiva de los ángeles; ellos, omnipresentes, que escuchan, acompañan a los seres humanos, pero que no pueden intervenir en sus decisiones. En cambio, cuando la imagen tiene color, es porque estamos en el espacio terrenal, palpable, sensible y frágil. Pese a disfrutar de la inmortalidad, Damien quiere sentir, y eso implica –por supuesto- volverse mortal, un precio que él quiere pagar. “Quiero conquistar una historia para mí”, dice ese ángel y lo entiendo. Ser protagonista y no testigo, decidir por sí mismo, mil veces caer acaso, pero siempre dueño de sus decisiones. Eso quería él y los habitantes de Berlin Este. Lo que no sabían era que el 9 de noviembre de 1989 –dos años y seis meses después del estreno de este filme- iba a caer el muro y ellos mismos volverían a contar su propia historia.
Les comparto el tráiler:
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©Ingrid Úsuga
Crítica de cine y nadadora artística profesional
NO ES POSIBLE. YA LOS HICE;